Fueron repetidas y malogradas las persecusiones. Crecí con muchos miedos, aprendí algunos otros, desarrollé algunos odios, traumas y fracturé repetidas veces mi realidad con mis profundas caídas. Nací bastante igual a tí y a todos: Sin superpoderes, sin una conciencia superior ni una mayor facilidad para resolver mis problemas.
Neuróticos todos, temerosos ríspidos y agrestes contra todo lo demás: Mis pánicos no ayudan al prójimo a resolver los propios.
No todos los miedos odios y furias, pero sí los que alojaban en la médula de mis huesos y vasos sanguíneos, un día se cristalizaron y cobraron una única forma para perseguirme y saberme perseguido por esa figura.
La persecusión comenzó en forma de pensamiento, en el área del sueño, en la variación del pánico, en el tiempo de la regularidad. El entorno bien lucía como un plantío obscuro con luces en forma de flor azul. Mirar una de esas flores era como mirar a un ser humano a los ojos. Esa era la sensación exacta. El sentimiento era desolador. Sin fuerzas supremas protectoras. No ahí. Las flores eran habitantes de la tierra de alguien más, y yo solamente un parásito.
Cuando salió el amo de ese territorio me asombré frente a su forma. Era similar a la de una mantarraya fantasmal grotesca, que brillaba en un pálido verde luminiscente. Lo único que pude ver claramente eran seis pares de alas emplumadas en su cola, y los suficientes ojos para ver lo más horrible que pudiese existir dentro de mí, para conocerme, para saborearme, para rastrearme. El aperitivo fueron varias flores de luz azul, sobre las cuales se avalanzó a devorar. Cada flor gritaba.

Fue en realidad largo el tiempo que ése ser me persiguió dentro de mi estructura mental, dentro de mis emociones, mis acciones... tan raro y tan ajeno, pero a la vez ya tan alimentado de mí que parecía yo mismo.
Fueron distintos los escenarios, los momentos y las formas en que se presentó él. De repente, entre el silencio, la desesperación y la parálisis se manifestaron algunos atinos.
Algo similar era dicho por un personaje en Jacob's Ladder, citando a Meister Eckhart, y yo lo ví.
La dualidad es poderosa. Es encabronadamente sencillo dar el bandazo hacia lo opuesto. Lo que es un mar de difícil es mantenerse en la otra polaridad. Más aún cuando algo que ataca y devora nuestra persona y que es visto como ajeno, como otredad, es lo que se pretende invertir. O eso creía. Afortunadamente no dejaba mi costumbre de hablar con cosas y poner lo mío afuera.
Yo huía de la mantarraya grotesca porque no podía enfrentarla o pelear. Cuando dejé de huir, tampoco intenté enfrentarla, mucho menos pelear. Me rendí. Dejé que me atizara con su vitalidad. Hice contacto por vez primera: Los miedos no eran obstaculos, eran guías. Los odios no eran totales, se volvían parciales. La pesadez contenía destellos de ligereza. Sin esperarlo, quererlo ni advertirlo, en ese primer toque llegamos juntos a nuestra primer meta, que es el inicio de esta metafórica historia, que no era ni la expansion de la conciencia, ni la mafufada del nirvana.

Fue simple y llana paz, la compañía de un yo satelital amorfo, de una reacción externa que se alimentó de mí y ahora nos conecta, apenas la primera herramienta para vivir como hoy vivo: no mejor ni peor, es sólo como adopté la forma.

La mantarraya fue sellada, y con el sello se formó mi primer alianza, la más importante. Así invertir su polaridad fue algo natural. No sería más esa rugosa monstruosidad devorando toda la luz a su paso. Sin perder su apetito y sus capacidades, se transformó en esa brillante, suave, y aun fantasmal criatura que se alimenta de mi sombra y la transforma en su sanadora digestión . Compartimos los mismos ojos y el mismo vórtice que llamamos corazón.

